Mujeres, muñecas. Por Anna Caballé
Pocas veces la publicación de una novela representa una novedad absoluta para el lector español, pero eso ocurre con <i>La muñeca</i>, del escritor polaco Boleslaw Prus 25/05/2009 | |
Pocas veces la publicación de una novela representa una novedad absoluta para el lector español, pero eso ocurre con <i>La muñeca</i>, del escritor polaco Boleslaw Prus (pseudónimo de Aleksander Glowacki), editada por primera vez en 1890. ¿Qué sabemos de su autor? Su obra más conocida, <i>El faraón</i>, inspiraría a Kawalerowicz una soberbia película (Faraón, 1966). Su traductora al castellano, Agata Orzeszek, señala <i>La muñeca</i> como la obra maestra de las letras polacas modernas.
Sin poder valorar suficientemente su juicio, no me importa suscribirlo por la fuerte impresión que se tiene de estar en presencia de una verdadera originalidad literaria, una poderosa novela sólo apta, por su longitud, para aquellos lectores aficionados a Stendhal, Dickens, Balzac o Galdós. Es decir, que estén dispuestos a sumergirse en una obra que de por sí es un mundo. En este caso, se trata de la Varsovia de 1878, y en ella un hombre valiente y emprendedor que se ha enriquecido con el comercio de novedades, Stach Wokulski, se enamora de una joven aristócrata, tan bella y elegante como estúpida. El conflicto está servido: el mundo de la burguesía y los negocios, del progreso y la ciencia, fatalmente enfrentado a la nobleza polaca, una de las más inmovilistas y parasitarias de Europa. No habrá fuerza humana que pueda quebrar la estolidez de la malcriada Izabela: en su estrecho universo de intereses no hay nada más importante que manejar con elegancia los cubiertos de pescado, y esa mezquina actitud la incapacita para distinguir la verdad de la hipocresía.
En la joven «muñeca», simbólicamente depositaria de un posible cambio social (que no se produce), convergen múltiples instancias narrativas. Y sorprende de nuevo la vitalidad de Prus al ofrecernos el fresco de la vida varsoviana no de una forma lineal, al hilo de un/a protagonista, como era frecuente en la novela realista del XIX, sino yuxtaponiendo diferentes voces. Sobresale la del viejo dependiente, Ignacy Rzecki, un hombre ingenuo en su ciega entrega a Wokulski pero astuto conocedor de las relaciones sociales. Su única expansión es anotar en su diario los sucesos, del pasado, del presente, que sirven de complemento a la narración principal. En el diario del viejo dependiente descansan las más finas observaciones sobre el antisemitismo, la distribución del poder y la crisis de una sociedad atrapada en manos que no estaban a la altura de los tiempos. Magnífica y delicada novela.